La libertad de los piratas
Para cierta cantidad de individuos, los años de 1716 a 1726 acarrearon condiciones de vida tan desfavorables que optaron por la vida criminal de los piratas. Sus figuras son las que más asociamos a la idea y sus nombres y símbolos nos resultan familiares hasta el punto de la alegría más infantil que podemos manifestar.
Eran la tercera generación de piratas. Bartholomew "Black Bart" Roberts y Barba Negra siguen fascinándonos con sus aventuras y desfortunas, y aunque nos vemos obligados a condenarlos por sus atrocidades, no podemos dejar de expresar nuestro entusiasmo por su personalidad, como lo demuestran la infinidad de relatos, cuentos, novelas, películas y series que disfrutamos como placer culposo en nuestros días. Incluso su mística se transmina en tierras yermas como la administración de empresas y su infatuación con sus códigos y formas ingeniosas de organizarse. Hasta Keith Richards hace un cameo piratesco que solamente sirve para arrojar más dudas sobre su edad real.
No hay manera de hacer a un lado nuestra fascinación con los personajes. No importa qué tan serio sea el tratamiento, el tema de la piratería implica una admiración implícita por estos individuos y su adopción sin restricciones de la vida como enemigos del género humano. Audaces, atrevidos, coloridos, aterrorizantes, novelescos, réprobos, bestiales, brutales, irredentos, imposibles y, al final de cuentas y no menos importante, fallidos.
Estos caracteres hallaron el viento en sus velas cuando los esquemas económicos no les proporcionaron un lugar digno para la subsistencia. En su afán de romper con los moldes establecidos llevaron a cabo cierta cantidad de experimentos sociales que tuvieron impacto en la imaginación europea. Podemos rastrear elementos de esta resonancia en los trabajos filosóficos de finales del Siglo XVIII, cuando aparecieron propuestas alternativas de organización social y redefinieron la idea de los "hombres libres".
Los piratas, por necesidad, también promovieron sociedades multiculturales, multiraciales y multinacionales, mucho antes que fuera nuestra discusión contemporánea. Así que son una fuente muy curiosa y no convencional de ideas revolucionarias, incluendo la participación de las mujeres, como atestiguan las figuras legendarias de Anne Bonny y Mary Read, entre muchas otras que permanecen anónimas, como siempre.
Su relación con la geopolítica mundial es tan profunda como su iconografía. Para Inglaterra, el despojo de las riquezas de España era un pretexto legítimo para otorgar títulos y recompensas a capitanes legendarios como Drake y Morgan. España opinaba lo contrario, por supuesto. Pero el pacto básico era muy atractivo; mientras sus cañones apuntaran a los cascos de sus enemigos, era posible ignorar sus fechorías. Eran fuerzas económicas, con flujos de efectivo capaces de impulsar el desarrollo de los puertos que les abrían brazos y puertas. Inevitablemente, esta actitud cambió con los vaivenes de los intereses y muchos piratas encontraron la incompatibilidad de sus carreras con el nuevo mundo al extremo de una cuerda. Interferir con la East India Company siempre fue una batalla perdida de antemano.
En nuestros días existe la piratería en el sentido tradicional, por supuesto. Es imposible apreciar si sus acciones nos resultan tan prosaicas y criminales como le podían parecer a un gobernador español de entonces. En cualquier caso, no parecen tener los contenidos de leyenda que beneficiaron a sus predecesores. Pero igual y son las primeras generaciones de una nueva oleada de infelices que se rebelan contra un mundo hostil y sin espacio para ellos. Muchas veces no alcanzamos a percibir adecuadamente los intervalos de la Historia cuando está en movimiento. Pero el ambiente sin lugar a dudas está lleno de rencor contra los paradigmas fallidos y tal vez podríamos ver crecer estas manifestaciones del desencanto. Cierro con un verso de Byron de su inmortal El Corsario: Deformado por el mundo en la escuela de la Decepción, / En palabras demasiado sabio, / en conducta un tonto; /
Demasiado firme para ceder / y demasiado orgulloso para agacharse, / Condenado por sus mismas virtudes a ser un incauto, / maldijo esas virtudes como la causa del mal, / y no a los traidores que todavía lo traicionaron; / Ni consideró que los regalos otorgados a hombres mejores / le hubieran dejado alegría y medios para volver a dar. / Temido, rechazado, desmentido, antes de que la Juventud perdiera su fuerza, / Odiaba demasiado al Hombre para sentir remordimiento, / Y pensaba que la voz de la Ira era un llamado sagrado, / Para pagar las heridas de algunos en todos.