Solzhenitsyn y el coraje
Posiblemente no haya individuo más sombrío que Aleksandr Solzhenitsyn. Con la justa razón de su travesía por el Gulag, adquirió por fuerza una manera de ver las cosas ajena a la felicidad que cualquiera de nosotros disfruta de manera cotidiana. En su camino desprovisto de adornos alcanzó la observación profunda de la sociedad y nos dejó una cantidad de reflexiones que resultan escandalosamente oportunas para los tiempos que vivimos.
Quisiera recoger sus palabras para la apertura de cursos en la Universidad de Harvard, en 1978, hace cuarenta y seis años, antes de Gorbachev, Reagan, la caída del Muro de Berlín, Putin, Trump, Facebook y Ukrania. Su discurso giró alrededor del concepto del coraje, su ausencia en la sociedad occidental contemporánea y las trampas del individualismo que paralizan toda acción colectiva.
Solzhenitsyn escribió sobre un mundo dividido, muy parecido al que vivimos, y le dedicó una gran parte de su mensaje a realizar una autopsia al marco de referencia central de nuestro mundo con precisión inquietante. Su crítica fue al triunfo de la idea de la felicidad del individuo sobre todas las cosas. Al ir más allá de la bondad inicial del Humanismo renacentista, el exceso de libertades al individuo sin control alguno tiene por consecuencia destruir la sociedad porque pierde su coraje cívico; nadie quiere hacer nada que vaya en contra del beneficio personal y no hay motivación para defender conceptos o causas que estén por encima de mis ambiciones y deseos. Cada individuo se convierte en su propio punto de referencia y se vacía el contenido de la relación con la sociedad. Los gobiernos actuales solamente actúan de manera refleja para mantener este tipo de status quo y todo se mide con la vara de la "democracia" que significa, en realidad, la defensa de los privilegios egoístas. Con su prosa lúgubre y descarnada señaló que el hombre occidental no encontraba razón alguna para arriesgar la vida en favor de un bien común, lo que explica la osificación de las acciones frente a los abusos y las mentiras.
De manera velada, Solzhenitsyn hizo eco de la misma razón que Edward Gibbon señaló como la causa principal de la caída del Imperio Romano, la erosión gradual de las virtudes cívicas. Las relaciones entre gobernante y gobernados ocurren demasiado lejos de las buenas intenciones originales y el Mal se cuela por las grietas del edificio para entronizarse en nuestras conciencias, con la ayuda de la superficialidad y la prisa por la satisfacción inmediata.
Los medios de comunicación tienen su parte de culpa porque se ha despojado de toda responsabilidad moral por distorsionar o exagerar las proporciones de las cosas que reporta, lo que hoy entendemos como "desinformación". No hay freno ni marco que los controle y pueden continuar impunemente en su marcha por destruir el discurso humano para ganar la meta que le indica la mercadotecnia. Perdemos la humanidad por ganar unos cuantos "clicks" o "likes". En una frase, nos vendimos muy barato al culto de los MBA's.
A pesar de su severidad y su placer indudablemete perverso al señalar los vicios de occidente --sin dejar de reconocer enfáticamente el horrible fracaso de las otras interpretaciones detrás del Muro--, Solzhenitsyn encontró espacio para la esperanza: hay que reevaluar las definiciones fundamentales de nuestra vida en sociedad. Hay que preguntarnos si es verdad que el hombre está por encima de todas las cosas o si no hay algo superior arriba de él; hay que cuestionar si la expansión material, que nosotros conocemos como consumismo, debe ser el principio regidor de nuestras vidas y si es permisible promover tal voracidad en detrimento de nuestra vida espiritual integral.
Son preguntas muy incómodas pero las señales están apareciendo en todos los muros imaginables. El espíritu de nuestros tiempos claramente está mostrando la necesidad de llevar a cabo esta introspección tan importante y urgente y comenzar con la definición de un nuevo paradigma humano.
Solamente nos hace falta encontrar el coraje para hacerlo.